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Argentina -
Julio 1995 

APUNTES PARA UNA HISTORIA DEL TROTSKISMO ARGENTINO

Por Hugo Ramírez y Pablo Cortina


Facsímil de Estrategia Internacional N° 4/5
Julio 1995

INTRODUCCION

El artículo que sigue no pretende ser historia acabada. De allí el nombre de “Apuntes... ”. Tiene el solo objetivo de servir de ejemplo a los artículos que lo preceden en este número de Estrategia Internacional. Ellos están destinados a rescatar la estrategia soviética que caracteriza al trotskismo frente a la concepción revisionista. Este está dedicado a ilustrar esta polémica de una manera viva tomando la política de la corriente de la que provenimos, el morenismo, en los tres períodos más importantes de la lucha de clases en la Argentina de los últimos 40 años.
Estos apuntes pretenden reflejar esas lecciones que hemos venido madurando en estos años, que, junto a un punto de vista internacionalista, nos han permitido aproximarnos a un programa revolucionario y a una delimitación teórica con la corriente de la cuál provenimos, avances que nos permitieron llegar a la situación actual de relativo fortalecimiento teórico-programático de la izquierda trotskista.
El período que comienza a fines de los años ‘80 ha sido de una profunda crisis en las corrientes que componen nuestro movimiento. Esto se debió, centralmente. a la suma de capitulaciones al régimen burgués, al stalinismo y a la burocracia sindical.
Pero a nuestro entender, hubo otros errores y capitulaciones anteriores a los de este período, y que sin duda los fueron preparando, frente a los puntos más álgidos de los combates del proletariado argentino. Estos fueron, sin lugar a dudas, los dados durante la “resistencia peronista” al golpe gorila del ‘55, en el período revolucionario abierto con el Cordobazo y que terminara, previa una de las más grandes acciones del proletariado argentino: la huelga general conocida como “Rodrigazo”, con el aplastamiento de las masas por el golpe semifascista de Videla y, en tercer lugar, en el ascenso y crisis revolucionaria abierta con Malvinas.
Como dicen Lenin y Trotsky, los bolcheviques lograron sacar las lecciones revolucionarias de todos y cada uno de los ensayos del proletariado ruso, para transformarlas en programa, en cuadros conscientes y en partido. Así, el bolchevismo maduró y forjó su estrategia, su programa y su teoría, sacando las lecciones del intento revolucionario fallido de 1905 y de sus soviets, del auge proletario del ‘12, del febrero del ‘17, de las jornadas de abril, junio y julio del mismo año, que al decir de Trotsky, fueron ensayos concentrados de revolución y contrarrevolución antes de octubre de 1917.
Las corrientes que se reivindican del trotskismo argentino, en cambio, han sido incapaces, por sus desviaciones revisionistas, de realizar una tarea similar a partir de los grandes combates del movimiento obrero argentino. Esta es la diferencia entre bolchevismo y centrismo: este último podrá “engordarse” en algunos momentos (como el MAS de los ‘80), pero no podrá ser nunca la expresión en la conciencia histórica del proletariado de los avances, acciones y tendencias revolucionarias del movimiento obrero hacia la revolución socialista.
¿Cuál es nuestra crítica central? Puede resumirse así: el bolchevismo rechazó en un principio la idea de los soviets y los ignoró en su política. Este error es explicable porque el bolchevismo era una corriente que en la Rusia de 1905 aún se consideraba parte de un partido al que consideraban revolucionario, la Socialdemocracia, que agrupaba al conjunto de la clase obrera. Por lo tanto, la forma organizacional soviética que los obreros rusos crearon en 1905 les parecía superflua, ya que venía a reemplazar a la del partido mismo. Rápidamente corrigieron esta interpretación y lo hicieron en el curso mismo de los acontecimientos.
Los consejos obreros (soviets) han quedado a partir de entonces establecidos en el programa del marxismo revolucionario como la forma organizacional por excelencia de la clase obrera y sus aliados en su camino al poder, como la forma más acabada de organización de las masas revolucionarias, organización sobre la base de la cuál estas pueden construir un nuevo estado al día siguiente de haber destruido el viejo orden burgués. Sin embargo, el morenismo es una corriente que ha negado persistentemente en su accionar político en su propio país, Argentina, (a pesar de posiciones parciales correctas en situaciones de otros países) este aspecto fundamental de la política trotskista, como demostramos en este artículo.
Este error, la inexistencia de una estrategia soviética, no puede interpretarse como un error de apreciación momentáneo frente a un fenómeno nuevo como el de los bolcheviques. Solo puede atribuirse, cuando han pasado 90 años de la Rusia de 1905 y cuando se está estudiando un período de 40 años, a una concepción centrista (*). Concepción que dio lugar, cuando ya se había entrado en el terreno del revisionismo abierto, a manifestaciones como las que llegaron a sostenerse dentro del MAS de que el partido por su peso hegemónico iba a “absorber a los soviets”. Tal idea podía comprenderse, como vimos, en la confusión que los hechos de 1905 producían, pero no, insistimos, a 80 años de la revolución de Octubre y a 50 del Programa de Transición.
Muchos compañeros se asombrarán de lo que afirmamos a lo largo de estos “Apuntes... ”, porque consideran, por ejemplo, al PST (y a toda la historia previa del morenismo) como un partido más a la izquierda que el MAS. Coincidimos con esta reflexión, además que significa en cientos de militantes honestos el rechazo a las desviaciones más brutales y la búsqueda de una salida a la crisis y a la desmoralización que los errores políticos de los últimos años produjeron en toda la militancia. No podemos menos que apoyar esta aspiración.
Pero coincidimos solo en la medida en que la comparación quiere decir que el MAS fue la expresión del revisionismo teórico y político abierto y de la cristalización de las tendencias centristas, mientras los “antecesores” encarnaban un centrismo aún no cristalizado ni transformado en revisionismo abierto. No coincidimos en cambio si la comparación se hace para embellecer ese pasado: estos apuntes tienen el objetivo de sacar lecciones para la acción revolucionaria de hoy y por lo tanto solo pueden basarse en la mirada crítica y objetiva de los gravísimos errores cometidos en esos períodos y su conexión con la realidad posterior.
No se trataba, cuando escribimos estos apuntes, de ahondar en todos los aspectos, matices y desarrollos riquísimos que tuvieron los períodos que analizamos. Nos detuvimos en algunos aspectos centrales que son necesarios desentrañar, para que la nueva camada de trotskistas revolucionarios vea que no son viciosas ni ajenas a la vida y al necesario aprendizaje, las discusiones teóricas y programáticas de hoy.
Es con este fin que sacamos estas lecciones de los ensayos revolucionarios de nuestra clase en períodos anteriores, no con el objetivo del historiador, sino en función de las grandes tareas planteadas en la etapa nacional y en la lucha por la reconstrucción de la IV Internacional

 

LA “RESISTENCIA PERONISTA”

Una de las más grandes luchas de la clase obrera argentina en la segunda mitad de este siglo, fue la “resistencia” a la dictadura surgida del golpe proyanqui de 1955 que derrocara al segundo gobierno de Perón. Una de sus máximas expresiones fue la huelga general metalúrgica de tres meses de duración en el año ‘57.
La extraordinaria combatividad de esa nueva camada de obreros se expresó en la adopción de nuevos métodos de lucha como la toma de fábrica con rehenes, que hacían temblar al “gorilaje” y a la patronal. Las comisiones internas, heredadas del período del gobierno peronista, convertidas en verdaderos comités de fábricas, fueron los organismos donde esta generación de activistas se organizó, mientras la burocracia sindical peronista colaboraba en la trastienda con la dictadura y los sindicatos eran intervenidos por esta y puestos en manos de dirigentes “amarillos” (colaboracionistas).
Este auge proletario, del ‘55 al ‘59, culminó con la derrota de huelgas largas como la de ferroviarios y bancarios y la implantación por parte del gobierno de Frondizi del “Plan Conintes” (que permitía la intervención del ejército en las huelgas y la militarización del personal en conflicto).
“...los trabajadores emprendieron en las fábricas un proceso de reorganización que apuntaba a mantener las conquistas logradas bajo Perón...Esas agrupaciones semiclandestinas, que a menudo se reunían en casas privadas, basaron su actividad en cuestiones muy concretas...(en uno de los casos) una de las primeras medidas adversas contra las cuales se organizaron fue la supresión de la jornada de 6 horas para el trabajo insalubre...Más común como motivo de encuentro y de organización fue la defensa de los delegados gremiales. En CATITA, gran planta metalúrgica del gran Buenos Aires, se efectuó en diciembre de 1955 una huelga exitosa contra el despido de varios delegados. En el Frigorífico Lisandro de la Torre, de la Capital Federal, se realizaron en abril de 1956 una movilización y una huelga contra el arresto de tres delegados por el interventor militar. Dirigió la huelga un comité integrado por militantes de base y al cabo de seis días los delegados fueron puestos en libertad.

(*) Centrismo: corriente que oscila entre la reforma y la revolución. En un sentido todo el trotskismo de posguerra fue cristalizándose con esta característica

No todas las luchas tuvieron el mismo éxito, pero hacia fines de mayo y junio de 1956 había cada vez más signos de la creciente confianza obrera y la mayor organización de comités semiclandestinos... ” (Daniel James, “Resistencia e Integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina 1946-1976")
El mismo autor también describe que “El repudio popular del gobierno militar y sus políticas recurrió a canales de expresión que estaban al margen de la esfera específicamente sindical.
El término ‘resistencia’...tenía connotaciones más amplias que las correspondientes al proceso de defender las condiciones de trabajo y la organización en las fábricas... la resistencia en las fábricas estuvo indisolublemente ligada a la resistencia en otros terrenos...La primera y más inmediata respuesta a los actos del nuevo gobierno provisional adoptaron la forma de lo que podría denominarse un terrorismo espontáneo. En la primera mitad de 1956 cundió una ola de tentativas de sabotaje...Un blanco particularmente vulnerable fue el sistema ferroviario. En Tacuarí, provincia de Buenos Aires, a principios de febrero de 1956, de un convoy de 27 vagones saltaron de los rieles la locomotora y los primeros siete vagones...Hechos como estos fueron poco menos que cotidianos, junto con los cometidos contra otro blanco predilecto, las plantas de electricidad.
...Al mismo tiempo se desarrollaba dentro de las fábricas una creciente actividad de sabotaje...Tan solo en el mes de febrero, en el frigorífico Wilson, de Avellaneda, se realizaron tres actos de sabotajes, uno de los cuales determinó el cierre de la planta por varios días...
...También resulta claro que desde principios de 1956 existían los gérmenes de una organización muy caótica y basada en grupos locales. En muchas zonas grupos de trabajadores, a menudo de la misma fábrica, empezaron a reunirse regularmente y planificar acciones...Juan Vigo, figura importante en el movimiento de resistencia de ese tiempo, estimó que en abril de 1956 existían en el Gran Buenos Aires más de 200 ‘comandos’ de los que formaban parte alrededor de 10.000 hombres...En esa etapa, muchos de esos ‘comandos’ estaban formados exclusivamente por obreros y basados en una fábrica o grupo de fábricas en particular...
Surgieron en ese período las “62 Organizaciones Peronistas”. Si bien la dirección burguesa del peronismo logró transformarla en la “rama sindical” del movimiento patronal, esto no obvia que fue en su surgimiento la respuesta de la burocracia a las tendencias hacia la coordinación de las comisiones internas y sindicatos recuperados a la dictadura. Tendencia a la que el peronismo pugnaba por cambiarle el contenido y subordinarlas al apoyo burgués como sucediera luego en el ‘58 con el voto a Frondizi. Mientras la clase en su durísima resistencia tendía a desarrollar organismos de autodeterminación y coordinación para la lucha política y sindical, la burguesía luchaba por liquidar ese carácter.
El morenismo, con “Palabra Obrera” (nombre del periódico que editaban y que identificará a la corriente denominada “Movimiento de Organizaciones Obreras”), jugó un importante rol en su ligazón a ese fenómeno. Pero lejos de tener una política para hacer avanzar esos organismos de autodeterminación y su carácter presoviético y de desarrollar los gérmenes de poder dual que había en la situación, transformó en el eje de su política, como veremos, la lucha por una “nueva dirección”, es decir una nueva dirección sindical.
Qué fue y qué es el Peronismo”, de Ernesto González, es un clásico en la formación de cuadros y militantes del morenismo. Contrapongamos, usando sus propias palabras, las caracterizaciones por un lado y por otro la política que tuvieron en ese período, lo que corroborará lo que afirmamos.
Dice “Qué fue y qué…” refiriéndose al período al que nos estamos refiriendo:
Pero lo más destacable del período de la Intersindical (organismo centralizador que surgiera ante el llamado de gremios controlados por el PC, que se empezaba a reacomodar frente al ascenso luego de apoyar a la “Libertadora”, N. de R.) que luego se continuará con las 62 Organizaciones (tras la fractura de la CGT, N. de R.), fueron sus plenarios. El alza era tan pronunciada que su dirección se vio obligada a citar reuniones casi semanalmente, reuniones que se convirtieron en verdaderos parlamentos obreros, no porque se charlara mucho sino porque se discutían todos los problemas con la presencia y participación de una barra combativa y de las agrupaciones que nucleaban a todo el activismo de la época. La burocracia necesitó más de dos años para desgastar y frustrar esa experiencia de democracia obrera que surgió desde las propias bases.
Pero esta centralización no se limitaba a eso. Tuvo un peso enorme en la vida política del país. “Qué fue y qué es...” sostiene “No creemos que sea exagerado decir que toda la vida política de la Argentina de esa etapa giró alrededor de las 62 Organizaciones. Si bien la radicalización sacudió también al sector político del peronismo haciendo aparecer al “cookismo” con expresión propia, el movimiento se expresó fundamentalmente a través de las acciones de la clase obrera, de sus activistas y de su dirección, las 62 Organizaciones. No es casualidad que Vandor surja como la expresión burocrática de este fenómeno. Reflejo de esta situación, el 22 y 23 de octubre de 1957 se realizó un paro de 48 horas que obligó a plegarse a los 32 “Gremios Democráticos” (la burocracia que había apoyado al golpe que constituía el otro sector de la CGT escindida, N. de R.), tal era la presión de las bases.”
Los subrayados en las citas anteriores, que son nuestros, son para destacar el carácter de organismos presoviéticos que la clase obrera iba construyendo al compás de su ascenso y los elementos de poder dual que había.
Sin embargo González, no siendo consciente de lo que describe, se limita a sostener: “O se seguía adelante con un plan de lucha que culminase con la huelga general indefinida y la perspectiva insurreccional, o se trataba de desgastar al movimiento obrero con paros de 24, 48 y 72 horas sin ninguna continuidad. Esto último fue lo que hizo la burocracia peronista... ”.
Y sintetizando la política de Palabra Obrera se afirma que “... Apoyó críticamente los paros impulsados por el ‘ala dura’ de la burocracia pero con la intención de profundizar la marcha, apoyándose no en ella sino en los compañeros de fábrica, en las nuevas direcciones, en los nuevos delegados y en las agrupaciones.
Trotsky ha dejado alrededor de Francia y España en la década del ‘30, exposiciones magistrales de como el programa trotskista, ante una situación prerrevolucionaria o abiertamente revolucionaria, se centra en hacer avanzar toda tendencia de las masas a autoorganizarse, enseñanzas de cómo se debe luchar por poner en pie organismos de tipo soviético, porque esos organismos adquieran autoridad ante todo el movimiento de masas no limitando su accionar a las reivindicaciones sindicales ni inmediatas sino adoptando un claro programa político.
Sin embargo, siendo esta y solo esta orientación revolucionaria la que caracteriza al trotskismo, el libro “oficial” que cubre la historia del morenismo en ese período pretende tapar con alusiones a la “huelga general indefinida y la perspectiva insurreccional” en abstracto, que no se levantó un programa para desarrollar la perspectiva soviética, el único que verdaderamente permitía plantear la “perspectiva insurreccional”. Un programa donde, en ese particular momento político, las consignas democráticas, en especial la de Asamblea Constituyente contra la dictadura, aunque episódicas, deberían haber tenido un lugar preponderante en la agitación, junto a otras consignas democráticas como el derecho a la vuelta de Perón. La articulación de ese programa era la única que en esas circunstancias podía abrir el camino al desarrollo de organismos de poder dual. Tampoco se mencionan las consignas que se levantaron para hacer avanzar la democracia obrera y combatir a la burocracia de las 62 en estos organismos (como la representación proporcional y la revocabilidad de los mandatos), ni cuáles fueron las consignas que contemplaran las reivindicaciones de los otros sectores aliados del proletariado para atraerlos. Tampoco se planteó, ni aunque fuera de una manera educativa, la exigencia de que el poder pasara al organismo alrededor del cuál giró “toda la vida política de la Argentina”. En definitiva, no se levantó un programa trotskista con el cuál el morenismo debió haber formado a toda una generación de obreros revolucionarios. Un programa para explicar pacientemente, el único que podía elevar políticamente a esa vanguardia y ayudarla a superar la política impotente de presión sobre la burocracia.
No debe perderse nunca de vista al leer estas líneas, que el morenismo venía de dar una batalla política principista, con la política correcta de “Todo el poder a la COB” para Bolivia cuando la central obrera boliviana se convirtió en el organismo de todos los obreros y campesinos, contra los sectores del movimiento trotskista internacional que se oponían a esta política con la falsa argumentación de que “la COB no es un soviet sino un sindicato”.
Podrán decirnos que la Argentina, a pesar del ascenso no llegó a vivir una revolución obrera como la boliviana, lo que es totalmente cierto. Pero nada de la política trotskista de impulsar, desarrollar y extender el poder dual se aplicó en una situación prerrevolucionaria aguda como la Argentina (¡y no hay que esperar a una situación abiertamente revolucionaria para lanzarla según Trotsky y el Programa de Transición!), existiendo un organismo de la clase obrera a través del cuál “el movimiento se expresó fundamentalmente” y alrededor del cual giró “toda la vida política de la Argentina”.
Por el contrario, nos encontramos ante una política opuesta al desarrollo de los gérmenes soviéticos y de poder dual. Así, en un resumen que como tal debería contener los rasgos esenciales de la política, “Qué fue y qué...” se limita, como vimos, a un '"profundizar la marcha” contra “paros de desgaste”, al “apoyo crítico” y apoyarse en las “nuevas direcciones” y en las agrupaciones. En síntesis, un programa sindicalista “combativo” con el fin de presionar al ala “dura” de la burocracia, que reemplazó al programa trotskista de desarrollar los organismos de autodeterminación de la clase obrera por la política de luchar por una “nueva dirección” no revolucionaria para los sindicatos.
González cuenta que una de las bases del éxito de ganar tres seccionales de la UOM radicó en que la lista impulsada por Palabra Obrera era la única que se pronunciaba por el derecho a la vuelta de Perón y contra la proscripción del peronismo y que esta fue una de las causas que la intervención militar adujo para no entregarles los sindicatos. Este hecho, que no hace más que ratificar la importancia que las consignas democráticas en particular y el programa político en general jugaban en la situación, demuestra por otro lado que si se levantaron fue en la perspectiva sindicalista de la recuperación de los sindicatos y no en una perspectiva revolucionaria.
Lejos de sacar estas conclusiones, el morenismo siempre quedó a la espera, de otra “nueva dirección” sindical, a su manera de decir formada por dirigentes “honestos” y “luchadores”, pero en los hechos burocrática o, en el mejor de los casos, centrista de izquierda, es decir no revolucionaria. (Recordemos que entre estos “honestos” y “luchadores” que surgieron con la resistencia estaba entre otros el famoso Augusto Timoteo Vandor). De esta forma se transforma lo que puede ser una táctica coyuntural en una estrategia que ya dura décadas y que llega hasta hoy. Papel limitado al de ser el ala “radicalizada”, que no se diferencia de la burocracia más que por plantear la “profundización de la marcha”, sin dar jamás una lucha por un programa revolucionario.
Hay sin dudas un hilo conductor entre esta tradición por un lado y por otro el papel que el morenismo de los últimos años, antes y después de la muerte de Moreno se ocupó de jugar en todo conflicto donde tuviera algún peso o al menos participación importante (telefónicos, Somisa, para citar algunos). Aquellos compañeros que hoy, ante la degeneración y debacle final del morenismo producto de, entre otras, las claudicaciones a la burocracia en los últimos años, proponen una vuelta atrás a las “mejores tradiciones de nuestro movimiento”, un “volver al movimiento obrero”, deberían razonar sobre esa tradición, para explicarse por qué el centrismo fue incapaz a lo largo de toda su historia, en cada episodio de la lucha que le tocó vivir, de educar a una camada de obreros revolucionarios para las etapas posteriores.
Debemos comentar aquí, sin duda, el llamado a votar a Frondizi hecho por Palabra Obrera en el ‘58, táctica justificada por el morenismo por el “entrismo” al peronismo que realizaban, para acompañar a la vanguardia y no despegarse de esta. Los hechos fueron en realidad que toda la vanguardia no acató la “orden” de Perón sino que un gran sector votó en blanco. Esta fue una muestra más de que el morenismo se orientó en base al seguidismo a la burocracia peronista en su versión “dura”, en lugar de hacerlo con una política independiente que desarrollara las tendencias revolucionarias en la vanguardia. Así, pese al importante papel jugado, pese a haber ganado importantes seccionales de metalúrgicos, de haber logrado un peso superestructural importantísimo en las “62”, el morenismo salió de esa etapa y de la experiencia “entrista” destruido, no solo numérica sino política y estratégicamente.
La explicación “oficial” a este hecho se ha basado siempre en el argumento de que hubo una “desviación sindicalista”. Pero esto no quiere decir lo mismo que lo que nosotros sostenemos. Quiere decir que se le dieron pocos “cursos” de propaganda marxista a los activistas. Una explicación infantil que no parte de que lo central fue, aparte de las derrotas, una orientación política centrista.
No queremos decir que con una política revolucionaria se podía haber evitado la derrota, ni hacemos a Palabra Obrera, que nunca dejó de ser un grupo de propaganda, responsable por ella. Lo que queremos decir es que se podía dar la batalla por esa política y aún en caso de no tener éxito, al decir de Trotsky, una gran tradición habría quedado: el trotskismo hubiera salido fortalecido con varios cientos de luchadores obreros revolucionarios en lugar de estos ser ganados por la burocracia como realmente sucedió.

DEL CORDOBAZO AL RODRIGAZO

a) Clasismo y Coordinadoras. Del Cordobazo al Rodrigazo.
Pese a la derrota del ‘66 provocada por el golpe de Onganía, el Cordobazo y el Rosariazo abren un reguero de seminsurrecciones de masas a lo largo y ancho del país en el ‘69 y ‘70. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que fue el ascenso obrero y popular más largo y quizás más profundo que haya vivido nuestro país.
En este nuevo período de ascenso obrero que se abrió en mayo del ‘68, surge una vanguardia que volvía loca a la patronal en las fábricas, que en su combate utilizaron distintos métodos de lucha como las tomas de fábrica, las huelgas largas y que tendieron a impulsar organismos como los comités de fábricas recuperando comisiones internas, los comités de huelgas, los piquetes de autodefensa. Es en este período que surge el clasismo, heroico movimiento a pesar de sus limitaciones, cuyo punto más alto fueron los sindicatos de fábrica de Fiat Concord y Fiat Materfer en Córdoba. Fue una nueva experiencia de verdaderos comités de fábrica, que con democracia directa aterrorizaban a la burguesía y a la burocracia sindical peronista. Fueron años de intensa actividad obrera en los que se fue forjando toda una camada que concentraba estas experiencias históricas de combate, lucha que, pese a la derrota del clasismo cordobés en el ‘71 y pese a la vuelta de Perón en el ‘73, no pudo ser contenida y se continuó en las luchas contra el Pacto Social, en las coordinadoras del Gran Buenos Aires, en el Villazo y en el Rodrigazo en el ‘74 y ‘75.
Esta fue una grandiosa huelga general de masas como quizá nunca haya vivido nuestro país. El plan del ministro de economía Celestino Rodrigo, significó una escalada de precios (en algunos productos aumentos de hasta el 200%), mientras el gobierno de Isabel no homologaba las paritarias, aún cuando estas, gracias a la burocracia, fijaban aumentos muy por detrás de la inflación. Era un ataque en regla al movimiento obrero que impulsaba el ala López Rega, ministro del interior de Isabel, que dejaba sin sustentación a la misma burocracia.
Si bien esta se vio obligada a llamar dos veces al paro general, el 27 de junio y el 7-8 de julio, fueron quince días donde el país estuvo prácticamente paralizado al calor de grandes y permanentes movilizaciones obreras en todo el territorio nacional, especialmente los grandes cordones industriales del Gran Buenos Aires, Santa Fé y Córdoba. Las concentraciones a Plaza de Mayo, a pesar de la burocracia, adquirieron un claro contenido político exigiendo la renuncia de López Rega.
La renuncia del “Brujo” López Rega y la homologación de convenios con aumento que dan por tierra (momentáneamente) con el “Plan Rodrigo”, son la base para que la burocracia sostenga al tambaleante gobierno de Isabel y logre parar la movilización.
Pero para ser frenado este proceso, cuando ya anunciaba el enfrentamiento directo de la clase obrera con el peronismo en el poder, motorizó a la burguesía y a la oligarquía a dar un golpe sangriento, que con terror blanco, exilio, encarcelamiento, desapariciones, torturas y asesinatos, logró imponer un corte en la memoria y en la experiencia histórica de la clase obrera argentina.
Este período ‘69-‘76 fue un gran ensayo revolucionario de nuestra clase y los sectores explotados, como así también de acción certera e implacable de las clases dominantes cuando veían peligrar su propiedad privada, un verdadero ensayo de cómo actúan las clases y sus instituciones. Momentos en que, como en ningún otro, resaltó la crisis de dirección del proletariado.
En ese período, el trotskismo argentino se transformó, por primera vez, en un importante partido de vanguardia, el PST (con otro grupo a su vera, Política Obrera, el actual PO). Como expresión de las luchas de esos momentos, el morenismo floreció y se fortaleció al calor de varias discusiones internacionales, que lo ubicaron relativamente a la izquierda, como lo fueron las luchas contra el “guerrillerismo” del SU (Secretariado Unificado) para el X Congreso, las lecciones de la derrota de Chile del ‘73 y también la revolución portuguesa del ‘74-‘75. De ambas polémicas y porque la vida misma, el ascenso del ‘68-‘74 a nivel mundial, lo planteaba al rojo vivo, se separaba a revisionistas de trotskistas en el movimiento alrededor de si se estaba por el desarrollo y el armamento de los cordones industriales de Chile y por el combate a muerte contra las direcciones stalinistas y reformistas, que hundieron la revolución chilena. O si se estaba o no por extender y fortalecer y desarrollar los comités de obreros, soldados e inquilinos de la revolución portuguesa, como tarea central de los revolucionarios. Fueron, aunque luchas principistas, no obstante parciales porque no bastaron para sacar todas las conclusiones revolucionarias, para formar cuadros y forjar una política revolucionaria que atravesara los duros momentos que llevaron a la derrota del ‘76.
Es durante esta primera etapa donde pueden advertirse los rasgos centristas del morenismo en la cuestión de las coordinadoras, (que resurge con fuerza en el ‘75). El morenismo tuvo el mérito de haber impulsado una gran campaña por la formación de un organismo centralizador de todas las corrientes clasistas y direcciones antiburocráticas. En particular, ante el plenario convocado en Villa Constitución, controlado por Piccinini y los Montoneros, el PST concurre acompañado por una delegación de entre 700 y 800 delegados en representación de varias decenas de miles de trabajadores que se habían pronunciado por una Coordinadora Nacional. Esta política es derrotada.
A partir de aquí, es dejada de lado como política de agitación propagandística sistemática, demostrando como veremos más adelante, uno de los rasgos del centrismo que es el de abandonar toda política que no obtenga un éxito inmediato. De no hacerlo, eso le hubiera permitido al PST estar en las mejores condiciones para intervenir en el gran ascenso obrero que vendría apenas el año siguiente, que culminó en lo que se conoce como la primera huelga general contra un gobierno peronista, el “Rodrigazo” y que volvió a poner la necesidad de una organización centralizadora de las coordinadoras en el centro de la escena, así como en el período inmediatamente anterior al golpe militar, precedido por un nuevo auge de luchas obreras y de coordinadoras. Es precisamente el resurgir de estos organismos, una de las principales causas que lleva a la burguesía a dar el golpe de manera preventiva para evitar que se generalizara (al estilo de los “cordones industriales” chilenos).

b) Las bandas fascistas y la etapa preparatoria del golpe militar.

A partir del ‘74, para parar este ascenso revolucionario, la burguesía comenzó a organizar bandas fascistas que atacaban a la izquierda, a los dirigentes obreros y estudiantiles que impulsaban las coordinadoras y la lucha contra la burocracia y los planes de hambre del gobierno peronista. Eran las Tres A.
Mientras tanto, sectores desesperados de las clases medias, que habían ganado también a una franja de los obreros revolucionarios, declaraban una guerra de guerrillas descolgada y políticamente subordinada a fracciones burguesas (directa en el caso de los Montoneros, e indirectamente, por su orientación frente populista, en el caso del ERP).
Decimos que el trotskismo argentino (en cualquiera de sus dos variantes, morenista o altamirista), no pasó la prueba de estos acontecimientos. Mientras la nefasta guerrilla sacaba a los obreros y a los estudiantes del seno de las masas y jamás de los jamases atacó a las Tres A, y menos que menos tuvo una política de organización independiente del movimiento obrero, el trotskismo argentino renegó de la necesaria tarea de impulsar y organizar, en la perspectiva de centralizar, los piquetes de autodefensa para escarmentar a los fascistas que se atrincheraban en el Ministerio de Acción Social armados por Perón y López Rega y que secuestraban y asesinaban a los luchadores. Ellos tienen la responsabilidad de no haber levantado un programa que garantizara organizar y coordinar a los piquetes de autodefensa en las fábricas para cuidar y proteger a los dirigentes combativos, como un paso transicional hacia la milicia obrera.
En ese período cobraba vida la cita de Trotsky de Francia del ‘35. Había “un problema de velocidad" entre el fascismo y los revolucionarios, que necesitaban dotarse de una política justa antes de que llegaran los “enfrentamientos decisivos” para la clase obrera.
Frente a los grupos fascistas, el PST basaba toda su política en el llamado a una “unidad de acción democrática” para hacer “acciones de masas”, exigiéndole al partido Radical que impulsara movilizaciones contra el fascismo.
Esta política se basaba en el siguiente análisis:
El significado profundo de ‘Los 9’ (nombre con el que se conoció a la mesa de 9 partidos que se reunieron, N. de R.) y de sus entrevistas es el de un acuerdo contra los grupos facistizantes, contra todo intento de golpe de estado por estos sectores. No es, como dicen algunos sectores de la ultraizquierda a escala mundial, un acuerdo contra la violencia y la guerrilla, sino todo lo contrario: el peligro que ha surgido son los grupos fascistas y a ese peligro responde el acuerdo. Es un acuerdo con partidos burgueses que están en contra de que se rompa el status quo; están tan en contra de una situación prerrevolucionaria como de una contrarrevolucionaria.
Si coincidimos en el que el peligro fundamental son estos grupos fascistas es lógico que hagamos un acuerdo como parte de nuestra estrategia para enfrentarlos. Las visitas al gobierno peronista y los diálogos con este tienen, por un lado, el objetivo de comprometer al ala antifascista del gobierno y por el otro el de desenmascarar a su ala profascista y a los propios grupos ante la opinión pública, fundamentalmente ante la clase obrera, que sigue creyendo en el gobierno...(los acuerdos) Giran esencialmente alrededor de dos puntos: defensa de las libertades democráticas ya obtenidas,  que se ven amenazadas por los grupos fascistas y repudio a estos grupos terroristas de derecha.” (¿Es ya contrarrevolucionario el gobierno?, noviembre de 1974, obtenido de la recopilación de los documentos y análisis más importantes efectuados por el Partido Socialista de Trabajadores durante el año transcurrido desde noviembre de 1974 hasta fines de 1975, denominada por los editores “El Peronismo en su crisis definitiva”.)
Vale aclarar, por si hiciera falta, que estamos citando no una minuta parcial o coyuntural, sino un largo documento oficial de la dirección del PST que pretendía armar al partido en caracterizaciones sobre la etapa y la situación, sobre el carácter del régimen y el gobierno, sobre la situación económica en un marco mundial. Un documento no parcial sino para armar con política y orientaciones generales.
Esta orientación central, en el mismo documento se complementaba con otra, esta vez dirigida al movimiento obrero, acerca de cómo defender a los activistas en las fábricas de los ataques fascistas. Es esclarecedor, veamos:
El otro día votamos que todo dirigente obrero del partido que está en peligro debe abandonar su trabajo.
Ahora debemos relativizar esta línea garantizando la intervención del partido en esos sectores del movimiento obrero. También debemos volver a la mística de la intervención de lleno en los conflictos obreros que se van produciendo. No estamos seguros de haberlo hecho últimamente. Es nuestra obligación número uno seguir interviniendo más que nunca.
Pero atención, decimos ‘relativizar’ nuestra línea de cuidar a los cuadros y el partido, no abandonarla. Debemos ingeniarnos para lograr las dos líneas. Por ejemplo, en lugar de abandonar las fábricas debemos dar una gran batalla política contra la patronal de esas fábricas para que les den licencia a los compañeros. Deben ir los apoderados del partido a exigir la licencia, planteando por nota que si sigue trabajando responsabilizamos a la dirección de la fábrica por el probable asesinato de ese compañero...La consigna debe ser semiclandestinidad y más próximos que nunca a las fábricas y a los conflictos obreros. Esta consigna tiene que ser parte de toda una línea: si comenzó la tercera oleada del ascenso del movimiento obrero estaremos en la primera línea desde ya para terminar de acaudillarlo.
Esta adecuación de la línea del partido se manifestará en nuestra política y orientación en el movimiento estudiantil, donde aparentemente también ha comenzado una profunda movilización contra la intervención fascista.”(Obra citada)
Los comentarios huelgan. Frente a lo que el mismo documento caracteriza como “el peligro fundamental”, el de las bandas fascistas, no hay una sola línea de texto para organizar a la vanguardia obrera en las fábricas y en los sindicatos para enfrentarlo con piquetes armados. Por supuesto que al decir de Trotsky, ante quienes le sugerían no levantar la voz sobre estas cuestiones, hay que ocultar los aspectos prácticos de la cuestión a los ojos de la policía y la patronal, pero eso no es obstáculo para exponer ante el movimiento obrero con claridad la tarea, propagandizarla y explicarla.
Nada de esto dice el documento con el que la dirección del PST preparó a sus militantes para el ascenso obrero que correctamente caracterizó que iba a venir. Consciente de tal olvido, el documento se cuida de aclarar que:
El marxismo respondió al problema del fascismo con el frente obrero y sus milicias. Esta respuesta es aún abstracta en Argentina ya que el fascismo criollo no ataca directamente al movimiento obrero, a sus organizaciones tradicionales (sindicatos, comisiones internas y cuerpos de delegados) ni a sus dirigentes reconocidos... ”. Tampoco deja de mencionar, el llamado a construir “comités de acción" hecho en el acto por la masacre de Pacheco (en la cual un grupo de militantes del PST fueran asesinados en un ataque fascista al local partidario), pero justifica su abandono porque sostiene que “cayó en el vacío”.
En este párrafo donde se pretende justificar la política de “unidad antifascista” se sostiene algo que se da de patadas con lo que se afirma pocas líneas antes acerca de las medidas que debían tomarse para “todo dirigente obrero del partido que esté en peligro". ¿Cómo puede interpretarse tal incoherencia? Solo de una manera: se interpretaba la política de milicias obreras no como una política para la vanguardia sino solo a partir de un acuerdo con la burocracia sindical y como no había posibilidad de sentarse con ella para discutir este punto, lo único que quedaba era hacerlo con los partidos patronales para discutir el “frente antifascista”.
Lo que queda claro es que el PST, acertando como lo demostraría el “Rodrigazo” que lo que se venía era la entrada con todo del movimiento obrero en escena y habiendo correctamente lanzado la política de milicias obreras en el importante acto por la Masacre de Pacheco (*2), la abandonó inmediatamente. Es decir, no tuvo una política persistente, preparatoria para los “comités de acción” antifascistas ni para las “milicias obreras”, pudiendo haber desarrollado con estas consignas u otras adecuadas, una campaña nacional de agitación educativa, propagandizando la cuestión masivamente.

 

Pie de página
(*2) En dicho acto, realizado bajo los balcones del local central del PST, ante 5000 personas, hablaron representantes de 22 organizaciones políticas (desde el radicalismo hasta el PC). Mientras tanto, en la facultad de Derecho de la UBA, se realizó un acto de repudio a la matanza con 2000 estudiantes, en el que se convirtió en el orador central la célebre figura del sindicalismo cordobés, Agustín Tosco, quien se encontraba a la sazón en otro acto y se sumó al que relatamos.

Aquí se ve una de las principales características del centrismo: su método se asienta en los golpes de efecto, en el éxito de aprovechar una oportunidad y abandona rápidamente una política correcta si esto no se da, si “cae en el vacío” y no tiene eco inmediato en la superestructura política, o ante la primera derrota parcial.
De no haber sido así, sí le hubiera permitido ponerse en la “primera línea” de las luchas obreras. En cambio prefirió una muestra más de sindicalismo del peor cuño, como es el de no plantearle con claridad los principales problemas políticos, (¡el “principal peligro” según sus propios análisis!) al movimiento obrero. Sindicalismo que como siempre no es ajeno a la política, sino todo lo contrario: está al servicio del “frente antifascista”, subordinando a él, “porque la situación no da para otra cosa”, toda tendencia revolucionaria en el movimiento obrero.
El propio análisis, el de que había sectores burgueses que no se inclinaban por una salida contrarrevolucionaria sino por mantener el status quo contra el ala fascista de López Rega, sectores con los que se formaba el “Grupo de los 9”, es nada más que justificatorio de esta política oportunista. Porque la verdadera situación fue que, la que salió triunfante, fue precisamente esa ala burguesa encabezada por Balbín y la UCR, que es cierto que, mientras el gobierno de Isabel Perón empezaba el trabajo sucio y la burocracia desgastaba al movimiento obrero, se oponía al ataque prematuro al movimiento obrero que impulsaba el ala lópezreguista. Pero fue el triunfo del ala (embellecida como vimos por los análisis del PST) que al final, habiendo fracasado su política de “blindar” al régimen y de promover el reemplazo “pacífico” de Isabel por un burgués “respetable”, a la sazón el presidente del Senado Italo Luder, luego de negarse este, se puso abiertamente a conspirar y preparar el golpe militar ante el nuevo auge de luchas obreras (contra el “Plan Mondelli”) que amenazaban, dado el desgaste de la burocracia, con otro “Rodrigazo”, esta vez superior al primero.
Como todo análisis oportunista, este del PST de 1975 adolece del mismo error de método: el de tomar un aspecto cierto de la realidad, el que había brechas en la burguesía, pero transformándolo en un elemento absoluto. Porque es cierto, como vimos, que había serias brechas entre el ala lópezreguista y el resto de la patronal y que la política revolucionaria debía saber aprovecharlas en beneficio del proletariado. La discusión está en el cómo: si con la política del “frente antifascista”, o con la de milicias obreras. La utilización de las brechas entre las burguesía, donde incluso podríamos llegar a aceptar una táctica hacia el “Grupo de los 9”, debía hacerse de manera totalmente supeditada a la estrategia de las milicias obreras y las coordinadoras, tan solo como una manera de ganar tiempo para que estas se desarrollaran y se fortalecieran.

Solo esta última política podía haber dividido, por ejemplo, a la Juventud Radical, o aún más a sectores de la juventud arrastrados por la política criminal de la guerrilla.
Además, este era el único análisis realista (y no el dislate de plantear de manera suprahistórica que un ala burguesa “no quería la contrarrevolución”), lo que hubiera permitido prever el golpe militar (peligro que el PST minimizó hasta el mismo día en que ya era una realidad en las calles, experiencia que vivió cualquier militante del PST de esos días). Esta es la única explicación de la larga crisis en que se vio sumido el PST en los años de la dictadura, que la historia “oficial” pretende explicar por la debilidad de la dirección que quedó en el país ante el exilio obligado de Moreno luego del golpe y no por los gravísimos errores políticos cometidos anteriormente.
Como bien explica Trotsky para Francia del ‘35-‘36, en una situación de crisis no es la excesiva acción del proletariado la que asusta y empuja a las clases medias hacia el fascismo, tal como sostienen los reformistas que se han basado siempre en este argumento para convencer a los trabajadores de que no hay que asustar al aliado “democrático”. Por el contrario, la clase media, atenazada por la crisis e incapaz de dar una salida por sus propios medios, busca de alguno de los contendientes principales, patrones y obreros, una solución drástica. Y luego de esperar por mucho tiempo de los últimos una señal de que van a pasar a la acción decidida, es la inacción y la pasividad a la que someten sus direcciones reformistas a los obreros la que lleva a la pequeña burguesía a volver la cara hacia el fascismo.
El vuelco de grandes sectores de la clase media argentina en apoyo al golpe militar solo puede explicarse por esta mecánica política, porque la traición de la burocracia sindical maniató al movimiento obrero durante y después del “Rodrigazo” para que no diera la salida revolucionaria que la situación exigía y de esa manera millones de pequeñoburgueses desesperados saludaron al golpe militar, giro que también ayudó a dar la política descolgada de la guerrilla. Saber que la pequeño burguesía estaría, como mínimo, ya neutralizada y no como en el “Rodrigazo” encolumnada detrás del movimiento obrero, fue uno de los elementos que animarían a dar el golpe.
Por esta razón, los llamados a las coordinadoras y a la huelga general, quedaban en un sin sentido, en el peor de los pacifismos: sin el armamento del proletariado y de sus destacamentos más conscientes, sin piquetes obreros que hubiesen dado un escarmiento a los fascistas, no había coordinadoras capaces de levantar el entusiasmo de millones, de dividir y arrastrar a la clase media, de mostrar un camino para dividir el ejército, para aterrorizar a la burguesía, para impedir el golpe y desarrollar el proceso revolucionario hacia adelante. En síntesis, se dejaba al movimiento obrero y a su fracción más revolucionaria sin una política para enfrentar a las bandas fascistas y en última instancia al golpe militar. Era esta, además, la mejor manera de combatir a las corrientes guerrilleras que se habían convertido en grandes corrientes de vanguardia. Todo esto fue impedido por el seguidismo a los partidos “democráticos”. Porque, efectivamente, la lucha central contra el gobierno de Isabel, contra el plan Rodrigo, por extender y desarrollar las coordinadoras, debía plantearse, cuando amenazaba el fascismo, junto a una política de milicias obreras.
Esta orientación, insistimos, no podía hacerse secretamente. Era una tarea para planteársela públicamente a la vanguardia y al movimiento obrero, y que respondía a las necesidades del momento.
Dice Trotsky en “¿Adónde va Francia?’’: “...es demasiado tonto pensar que se puede crear la milicia imperceptiblemente, en secreto, entre cuatro paredes. Nos hacen falta decenas y, enseguida, centenares de miles de combatientes. Solo vendrán si millones de obreros y obreras, y tras ellos también los campesinos, comprenden la necesidad de la milicia y crean, alrededor de los voluntarios, un clima de ardiente simpatía y apoyo activo. La conspiración puede y debe involucrar únicamente el lado práctico del asunto.
Pero en cuanto a la campaña política, debe desarrollarse abiertamente, en las reuniones, en las fábricas, en las calles y en las plazas públicas”.
La realidad impuso la posibilidad de impulsar esta tarea, al decir de Trotsky, “tanto más seguramente, tanto más sólidamente, cuanto más cerca esté la milicia de las fábricas, allí donde los obreros se conocen bien unos a otros” (¿Adónde va Francia?). Pero ya vimos que el PST renunció a ella, reemplazándola por la política del “frente antifascista”.
Se renegaba en el propio país, de las lecciones de Chile y de Portugal, que se habían sacado en duras luchas polémicas. El trotskismo pagaba el no haber formado durante años, en las décadas que precedieron, cuadros revolucionarios, que no se inventan en los momentos de la revolución. Para esos momentos, eran necesarios cuadros formados en el trotskismo y no “bárbaros”. Es decir, hacían falta cuadros capaces de responder con las lecciones de más de un siglo de lucha del proletariado mundial. Así se pagó el salir destruidos (ya vimos por qué) del entrismo a las 62 Organizaciones. También las rupturas proguerrilleras desarrolladas por la revolución cubana y alimentada por el mandelismo en la Argentina que es también uno de los fundamentales responsables, como dirigente del trotskismo internacional, de que el trotskismo argentino no haya estado a la altura de las circunstancias.
Es llamativo que los supuestos críticos de “izquierda” del morenismo -posición en la que pretende ubicarse Altamira- se limitan a criticarle solo aspectos parciales. Mal podría ser de otra manera ya que, siendo la otra corriente que se reivindica trotskista de importancia luego del PST, Política Obrera, hoy el Partido Obrero, no ha dejado una sola muestra de oponerle a aquél una orientación revolucionaria frente a la cuestión del fascismo y el movimiento obrero en este período, limitándose a una discusión sobre si era de principios o no, si era o no frentepopulismo, participar del “Grupo de los 9”, o repitiendo el carácter superficial de las críticas que otros sectores del movimiento trotskista mundial le hacen al morenismo en el caso de su intervención en el período de la “Resistencia” y el “entrismo” al peronismo que ya analizamos. Superficial porque no hacen más que criticar lo que constituyen precisamente los puntos fuertes del morenismo -que es su predisposición, habilidad y audacia para ligarse a los fenómenos políticos- en lugar de atacar el centrismo de su política que convirtió a esas tácticas en claudicaciones oportunistas.
Insistimos: no hacemos responsable al trotskismo argentino por no tener en sus manos la suficiente fortaleza o fuerza para impedir una derrota. Pero sí lo hacemos principal responsable de que una gran tradición no haya quedado. La política de desarrollar las coordinadoras y la de milicias obreras, en distintas combinaciones, ocupando una u otra según las circunstancias el lugar más preponderante, en algunos momentos para la acción y en otros para la agitación propagandística, debieron ser la clave de la política revolucionaria al menos en el período abierto a partir del triunfo de la primera huelga de Villa Constitución (marzo-abril de 1974) y la posterior muerte de Perón. Esto explica la crisis en que quedó el morenismo hasta los ‘80. No solamente por los ataques de la dictadura, sino también por las luchas fraccionales que lo cruzaron, donde ningún sector respondía esta cuestión ni lo pudo hacer.
Como bien dice Engels, los partidos que dejan pasar una situación revolucionaria, posteriormente “evolucionan hacia el cero” como partidos revolucionarios. Esta ley ha sido totalmente cierta como veremos, a pesar de que \nos digan que después vinieron los “éxitos” y el crecimiento del MAS (*3).

MALVINAS Y LA DEMOCRACIA BURGUESA

Si el primer ensayo del ‘69, preparado durante 25 años, terminó en la gran derrota del ‘76, el otro, el del ‘82, fue abortado antes que desarrollara toda su plenitud.
La dictadura se enfrentaba a la crisis económica y al inicio del ascenso obrero (setecientas huelgas que culminan con la huelga general del 28 de marzo de 1982). La clase media ya había roto con el régimen. Así, Galtieri, para salir de este encierro, se lanza a la aventura de invadir las Malvinas. Este hecho transforma el incipiente ascenso obrero en una gran y desbordante movilización obrera y popular.
En una primera etapa, por lo prematuro de la derrota, esta movilización no logró decantar comités de acción antimperialistas ni organismos de autoorganización de las masas para la guerra contra el imperialismo. La clase venía de una dura derrota histórica en el ‘76.
Pero la capitulación militar en la guerra transformó el ascenso que había comenzado por Malvinas en enfrentamiento directo a la dictadura, que se derrumba a partir del 14 de julio de 1982.
Cae Galtieri, la Junta militar se disuelve y durante una semana no hay gobierno. Los partidos peronistas y radical, colaboradores de la dictadura, están totalmente debilitados aunque les alcanza para sostener al gobierno de Bignone que cierra el vacío (con el apoyo desde la izquierda del PC y Alende). Se abre así una crisis y un salto en la situación revolucionaria que ya la guerra había abierto, hasta que la ‘‘multipartidaria” en diciembre de ese año logra empezar a ponerse a la cabeza de las masas para llevar todo a las elecciones. Fueron meses de crisis en las alturas nunca vista en el país.
La disciplina de las FF.AA. estaba rota, los soldados desafiaban públicamente a los oficiales (rechazando junto a sus padres la entrega de las medallas por la participación en la guerra). Grandes movilizaciones contra los impuestos recorrieron el gran Buenos Aires, las movilizaciones a Plaza de Mayo de uno u otro sector eran diarias. La burocracia se vio obligada a llamar a dos huelgas generales, verdaderas huelgas políticas que paralizaron literalmente al país.
Pero fue nuevamente la misma inmadurez que ya destacamos del proceso de masas abierto con Malvinas, la inexistencia de organismos que expresaran la tendencia de las masas a organizarse de manera independiente, lo que permitió a la burguesía, a partir de la derrota militar, asentar, aunque no sin esfuerzos, el régimen de la democracia burguesa y los partidos, a los que fueron rápidamente las masas viéndolos no como salvadores de la dictadura genocida, ni de la entrega de Malvinas. Así comenzó a ser estrangulada, casi desde sus inicios, la crisis revolucionaria que significó la caída de la dictadura.
Para el morenismo, en cambio, la inexistencia de soviets era secundaria: había nacido una revolución “democrática” que se extendía y se profundizaba irremediablemente, lo que se expresaba en la fórmula “la dictadura ya cayó”. Esto constituía una verdad a medias porque se pasaba por alto el que, entretanto, mientras los partidos patronales sostenían a los restos de la dictadura, estos restos (el gobierno de Bignone) le servían a esos partidos para, luego del descrédito generalizado por su apoyo y colaboración con la dictadura, ganar patente de “democráticos” y poder poner en pie el régimen democrático burgués. Ese fue el sentido profundo del pacto surgido en la reunión en el Congreso entre Bignone, antes de asumir y los partidos patronales.

 

(*3) También ha sido cierta esta ley para el PO, que, aunque no es motivo de este artículo desarrollarlo, ha evolucionado hacia cristalizar su carácter de ala “ultraderechista” del movimiento trotskista argentino y latinoamericano

Durante este período es indudable que el eje central del programa trotskista debía ser el de superar esa inmadurez. Era necesario impulsar abiertamente la autoorganización de las masas para lo cual las tareas democráticas encerraban un enorme potencial. Era el momento de levantar como eje central consignas como
“Que se vayan ya”, “Abajo el pacto de los milicos con los partidos que apoyaron el genocidio y la derrota de Malvinas”, “Por una Asamblea Constituyente Revolucionaria”.
Si el morenismo tomó en cuenta esto, solo fue a los efectos de la denuncia electoral. No se hacía como parte de un programa de acción para la movilización revolucionaria de las masas, con la consigna de Asamblea Constituyente como eje, que en ese período era el único programa que enfrentaba la trampa de la transición pactada entre los milicos y los políticos burgueses.
En el momento de la caída de Galtieri y durante el interregno hasta la subida de Bignone y en las semanas que le siguen, es imposible encontrar cuál fue la política del morenismo. Lo que prima es la confusión en los medios dirigentes y por ende, en la base. Pero tampoco es posible encontrar esta política en los periódicos del morenismo -devenido MAS- en el álgido período que sigue hasta diciembre del ‘82. Por el contrario, si como dijimos se pretende llenar este agujero con la denuncia sobre el papel de los partidos burgueses sosteniendo al gobierno de Bignone, de aquí no surge ninguna política revolucionaria sino... la campaña por construir una “corriente socialista” amplia con sectores provenientes de la Socialdemocracia y la preparación para intervenir en el proceso electoral.
Así, del “frente democrático” para combatir al fascismo y la participación en el ‘Grupo de los 9’, antecesor de la Multipartidaria del ‘82, en el ‘75, se dio un salto en calidad con la “Teoría de la Revolución Democrática”, que llevó en la práctica a ceder a la “reacción democrática”. Y esta última resultó ser, ni más ni menos que el estrangulamiento democrático que hizo abortar la crisis revolucionaria abierta en el ’82 la guerra de Malvinas. Aquí, cuando comenzaba el esplendor del MAS como partido centrista, daba un nuevo salto cualitativo su decadencia teórica y programática.
En “1982 Comienza la revolución", folleto escrito y editado en 1983, podemos ver la teoría y la política de Moreno en acción. Como caracterización general, se sostiene que la caída de la dictadura militar luego de la derrota de Malvinas fue “una revolución democrática triunfante” precisamente cuando el imperialismo acababa de ver redoblar sus cadenas de sometimiento del país consecuencias de la derrota en la guerra y se reconstruían el régimen y los partidos burgueses sobre la conciencia pacifista producto de esa derrota. Así se sostiene que una revolución democrática “triunfó” solo por el cambio de régimen político (de dictadura militar a democracia burguesa) sin tener en cuenta la relación del país con el imperialismo, es decir, en abierta contradicción con el Programa de Transición que plantea como uno de los fines claves de la revolución democrática en los países atrasados el “sacudimiento del yugo imperialista". Esta lógica de capitulación a la democracia burguesa, régimen que a través de los gobiernos de Alfonsín y Menem completó la entrega “desmalvinizando” el país y cuyo punto culmine fueron las privatizaciones, tiñe todo el programa y la acción del morenismo en los ‘80.
Veamos el programa presentado en este folleto. Se señala como consignas generales “¡Abajo el régimen capitalista semicolonial! pero fundamentalmente...¡Por un gobierno de la clase obrera apoyada en el pueblo trabajador!". En el punto siguiente veremos cómo esta “estrategia” no significaba la lucha por la dictadura del proletariado. Aquí analizaremos las “tres consignas de transición fundamentales" que conducirían a aquel objetivo “revolucionario”: “las que van contra el imperialismo, las que van contra el régimen político de la burguesía y las que responden al gran problema democrático no resuelto: el genocidio".
El primer grupo estaba coronado por el “no pago de la deuda externa". Se podrá decir que esta consigna atacaba el problema de la independencia nacional del imperialismo, una demanda clave democrático-estructural. Esto es correcto a medias, o sea, es incorrecto. La consigna de “no pago” comenzó a agitarse cuando estalló la crisis de la deuda con la moratoria de México. Es decir coincidía con una tendencia burguesa para negociar con el imperialismo. No era incorrecto levantarla si se lo hacía como parte de un bloque de consignas radicalmente antiimperialistas. Y esto no es así ya que, en el programa señalado en “1982...”, ¡no se habla de Malvinas! Se dice que surgirá “la necesidad de armar al pueblo para enfrentar una eventual represalia del imperialismo mundial” y ni se menciona que producto de la derrota de la guerra quedó instalada una base militar inglesa a minutos de avión de Buenos Aires.
Así, el “no pago”, queda como una consigna antiimperialista “light”. En este sentido luego se la cambió por la de Moratoria y se la siguió desligando del problema de Malvinas y de un programa antiimperialista de conjunto (llegando al colmo del “olvido” de la dirección del MAS en el ‘88 en el programa de la cuestión del enclave inglés en las islas). De esta manera, el MAS fue perdiendo cada vez más su perfil antiimperialista (y no se puede negar de que tiene responsabilidad en el surgimiento del riquismo como corriente nacionalista en sectores de las clases medias bajas e incluso del proletariado).
En el segundo grupo “contra el régimen político de la burguesía”, se levanta centralmente “Asamblea Constituyente libre y soberana” ligada centralmente a reivindicaciones democráticas formales, salvo en la cuestión de las Fuerzas Armadas (que luego veremos). Los problemas estructurales se presentan así: “esa nueva Constitución debe establecer claramente la ruptura con el imperialismo en el terreno económico, político y militar y la socialización de los bienes de producción y de cambio bajo administración del estado y control de los trabajadores”. Es difícil encontrar tantas imprecisiones políticas y programáticas en una sola frase como en esta:

  1. En ningún momento se aclara que los trotskistas estamos por una república soviética mil veces más democrática que cualquier república burguesa (ya que se habla de las consignas que van “contra el régimen político de la burguesía”) y que luchamos por una Constituyente como una escuela de masas revolucionaria para que estas superen su confianza en las direcciones burguesas y reformistas, es decir, para fortalecer un poder alternativo al burgués (y se trata del folleto de “formación” clave para los nuevos cuadros que tenía el MAS !!!).

 

b)        Por el contrario, se da a entender que por ese organismo podremos “socializar los bienes de producción y de cambio”.

c)         Pero igualmente esto no daría origen a un estado obrero ya que estarían “bajo administración del estado y control de los trabajadores”, o sea una “socialización” que es en realidad una “estatización” dentro del estado burgués.

d)        No se plantean, ligadas a la Constituyente, la reforma agraria, la reforma urbana, etc.

Esto llevó a que, por esta suma de confusiones, el MAS no utilizara esta consigna a fondo para responder a los problemas democráticos no resueltos, pero si la utilizara como “eje”...¡en la huelga de estatales de 1990, como consigna “de poder”, estratégica, cuando estaba planteada la lucha por la huelga general!
Por último, en el bloque referido al genocidio, se dice que las consignas allí planteadas van “objetivamente” contra las FF.AA. pero no se dice que la única forma de destruir las fuerzas armadas de la burguesía es con el armamento del proletariado.
De conjunto es un programa (y no solo consignas) que “suena bien” para todos los sectores que capitularon a la oleada de “reacción democrática” de los gobiernos cipayos del continente durante los ‘80. Pero la mayor expresión de que es un programa capitulador a la democracia burguesa es que desaparece completamente la lucha por impulsar y desarrollar organismos democráticos de las masas en lucha (estrategia soviética), única forma de luchar realmente por tender a voltear “el régimen político de la burguesía”, luchar efectivamente “contra el imperialismo” y “contra las FF.AA. genocidas”.
Desde el ‘82 hasta nuestros días, el morenismo, con y sin Moreno, ha insistido en negarse rotundamente a sacar estas lecciones. Mucho hemos analizado de la política del morenismo y sus capitulaciones al régimen democrático-burgués en este período más reciente.
Si en los períodos anteriores podemos hablar de gravísimos errores políticos de un partido con fuertes rasgos centristas, con la teoría-programa de la “Revolución Democrática” del MAS, se entra en el terreno del revisionismo teórico abierto y del centrismo cristalizado, que llevó a un programa y una estrategia de espalda al desarrollo de organismos presoviéticos y a un tipo de partido que terminó siendo el ala izquierda, de “ultraizquierda” si se quiere, pero dentro de los límites de la democracia burguesa, es decir, un partido centrista, de “izquierda legal” (como en varias oportunidades el morenismo planteó como táctica).


Bajo las condiciones de la situación mundial abierta en el ‘89, el revisionismo demostró tras doce años de democracia burguesa, no estar, ni mínimamente, a la altura de los combates y mociones que pusieron las masas en las calles de Santiago (del Estero) y demostró, en un período de amplísimas libertades democráticas, ser incapaz de educar una generación de obreros revolucionarios.

 

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