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Argentina - 20 de diciembre de 2021

 

Adelanto del libro Argentina 2001: Estallido de la revolución

 

Los diez días que conmovieron a Argentina

El estallido de la revolución

3 de enero 2002

De la huelga general política del 13 de diciembre a las acciones independientes de masas del 19 y 20 que derrocaron al gobierno de la patronal y el imperialismo y dislocaron y dejaron en grave crisis al régimen infame de partidos, antiobrero y cipayo

El 13 de diciembre último, los trabajadores encabezaban un masivo paro general político contra el gobierno de De la Rúa–Cavallo. Pero a diferencia de los siete paros generales anteriores que la dirigencia sindical se vio obligada a llamar, éste no actuó descomprimiendo la situación ni pudo ser puesto a los pies de la patronal del “Frente Productivo” que incitaba a una devaluación para hundir el salario y reiniciar el ciclo del pago de la deuda externa.
Con esta huelga general política y las distintas jornadas revolucionarias que le sucedieron, fueron entrando a la lucha todos los sectores de la clase obrera, las masas explotadas y la clase media pauperizada, los protagonistas de los diez días que conmovieron a nuestro país. Desde el día 17 de diciembre se empezaban a generalizar durísimas luchas obreras contra los despidos y rebajas salariales, como en telefónicos, Zanon, ferroviarios, Emfer. Los trabajadores estatales de Neuquén y los municipales de Córdoba, los de Santiago del Estero, estaban a la vanguardia.
El 19 de diciembre, mientras las masas hambrientas, por decenas de miles, asaltaban supermercados y la policía comenzaba la masacre que culminó con más de 39 trabajadores asesinados, la Iglesia, el PJ y la Alianza, junto a la patronal de la UIA y del “Frente Productivo”, junto a la burocracia sindical, hacían los últimos intentos, en la sede de Cáritas, por salvar al gobierno de De la Rúa, como ya dijimos, intentando acordar con él un plan devaluacionista para enfrentar el hundimiento estrepitoso del plan Cavallo. Pero ningún acuerdo salió de este conclave.
Con el correr de las horas, las masas no hicieron más que seguir ganando las calles, imponiendo un gran logro: la caída revolucionaria del gobierno de De la Rúa-Cavallo y la apertura de una crisis descomunal en las alturas. La clase obrera y el pueblo respondían así al crac con que la crisis mundial golpeara a Argentina y al golpe económico descargado sobre sus hombros por el Imperialismo.
Esta vez, el gobierno de De la Rúa que había subido por elecciones burguesas, era derrocado por la acción directa de las masas en las calles.

En diciembre de 1999, De la Rúa, debutó como gobierno asesinando a dos trabajadores en Corrientes y prometiendo desde esa ciudad poner orden en el país, luego de que los trabajadores con sus luchas habían dejado herido de muerte al Menemato. Pero dos años de luchas obreras políticas generalizadas, con siete paros generales, impidieron que el gobierno de De la Rúa se consolidara como un “Delarruato” fuerte que derrotara al movimiento obrero, como lo había sido el gobierno de Menem durante los ’90.
Desde el 13 de diciembre, los trabajadores empezaron a pasar, esta vez de forma generalizada, por sobre los diques de contención del régimen y de la burocracia sindical. Finalmente, el 19 y el 20 de diciembre, la burocracia sindical de la CGT, oficial y disidente, fue rebasada por una acción que lucharon por evitar a toda costa y hasta último momento de la mano de la Iglesia y la patronal en la reunión de Caritas. Al momento del inicio de los saqueos masivos, De Gennaro y la CTA se encontraban juntando firmas para un petitorio “contra la pobreza”. ¡Patético! Decenas de miles asaltando supermercados y los dirigentes levantando firmas. La dirección piquetera de D’Elía y Alderete, que llevó a la vía muerta a las dos grandes Asambleas Piqueteras y pactó con el gobierno ser los administradores de las limosnas de los “planes trabajar”, aparecía por TV lloriqueando en medio de los saqueos, condenándolos, como vulgares reaccionarios asustados.

Los trabajadores, con sus paros generales políticos, con sus levantamientos locales y sus piquetes, como los de Mosconi y Tartagal, con multitud de luchas como las de Córdoba y Neuquén, venían desde hace meses acosando a la “ciudadela”, del régimen infame y del gobierno De la Rúa-Cavallo. En las jornadas del 19 ya la direccionalidad política del movimiento era clara: se hacían al grito de “Fuera De la Rúa-Cavallo” y “Fuera todos”, dirigido contra todas las instituciones burguesas. Los saqueos no se transformaban en una guerra de pobres contra pobres sino que fueron un ataque directo a la propiedad burguesa.

Pero a diferencia de otras oportunidades, las clases medias dejaron de sostener al gobierno del que habían sido su principal base social: ahora estas, ante el ataque del gobierno a sus ahorros, entraron en escena por las grietas abiertas por el movimiento obrero. La gran marcha de las cacerolas del 19 de diciembre por la noche soldó nuevamente la unidad obrera y popular, terminó por quitarle al gobierno y al régimen toda base social, e inclinó decididamente la balanza a favor de los trabajadores.

Pero esto no era suficiente. Los que sostenían a De la Rúa no querían ceder. Todavía haría falta una enorme jornada revolucionaria más, la del día 20 de diciembre, la más revolucionaria de todas, la de las barricadas y los enfrentamientos con la policía durante todo un día en la Plaza de Mayo, para vencer la resistencia de los explotadores, para derrocar al gobierno de los monopolios privatizadores y la Repsol y poner en desbandada el plan de la “unidad nacional” alternativo del “Frente Productivo”. Si la policía se ensañó tanto en la Plaza de Mayo, matando con sus francotiradores a siete jóvenes trabajadores, no fue por la tozudez de De la Rúa en no irse, sino porque estaban aterrorizados, tal cual lo confesaron los mismos funcionarios del gobierno derrocado, de que se repitiera el escenario de Rumania en 1989, que las masas entraran a la Casa Rosada repitiendo los sucesos a la caída de Ceaucescu donde aquellas se hicieron justicia con sus propias manos con los funcionarios del antiguo régimen.
Asistimos así al dislocamiento del régimen patronal, al comienzo de una crisis fenomenal en las alturas, en la que ninguna fracción burguesa podía imponer una solución.

En un primer momento, aterrorizada, la burguesía aceptó el encumbramiento de un gobierno debilísimo, el de Rodríguez Saá, que intentó una política de colaboración de clases entre la burguesía mercadointernista y las direcciones oficiales del movimiento obrero, con un solo fin: el de ganar tiempo para sacar a las masas de las calles apelando al engaño y a las palabras dulzonas de las promesas demagógicas.
Al tomar posesión, Rodríguez Saá anunció pomposamente frente a la Asamblea Legislativa que iba a suspender el pago de la deuda externa. Los políticos patronales se pusieron de pie para aplaudir cómo este rufián intentaba calmar el odio de las masas prometiéndoles un choque con el imperialismo. Pura palabrería. Un verdadero engaño. Durante sus pocos días de gobierno, Rodríguez Saá solo atinó a firmar el pago de 400 millones de dólares de deuda al Banco Mundial.
Para justificar su palabrerío demagógico “antiimperialista”, días después Rodríguez Saá explicaría que fue porque había que parar como fuera lo que ya estaba sucediendo: el surgimiento de las asambleas populares, las tomas de fábricas, etc.
El ascenso de Rodríguez Saá fue posible por el vacío que abrió la crisis revolucionaria en las alturas y expresión del aterrorizamiento y desbande que se produjo entre las filas de la burguesía ante la revolución que se inició. Fue un gobierno de colaboración de clases que recibió a la CGT y también a las Madres de Plaza de Mayo y, aunque fue prematuro, logró el triunfo de confundir y sacar a los trabajadores momentáneamente de las calles.

Mientras Rodríguez Saá solo hablaba, fue organizado un cónclave de los gobernadores peronistas en la ciudad de Chapadmalal. Allí, en un verdadero putch palaciego, se impuso la designación de Duhalde, un gobierno apoyado en el PJ y la UCR, es decir, el último intento de un gobierno del Pacto de Olivos, apoyado en la gran burguesía exportadora nacional y extranjera y el Imperialismo, la misma base de clases que organizó el golpe militar genocida del 76. Pero es un gobierno débil, sin base social, que enfrenta a masas insubordinadas que se sienten triunfantes.
Duhalde llegó al gobierno ratificado por la Asamblea Legislativa, anunciando más mentiras y palabreríos que reflejaban el estado de ánimo, la crisis y el desconcierto de la burguesía que había perdido el control de las masas y estaba viendo el derrumbe de todas sus instituciones de dominio. Su crisis fundamental era la de sus partidos, con los que engañaron al pueblo y mantuvieron sus negocios a la caída de la dictadura militar.
Duhalde afirmaba que el que “había depositado dólares, iba a recibir dólares”, mientras en las calles tronaba el grito de guerra de “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. Como vimos luego, el miserable de Duhalde “cumplió” su promesa y devolvió los ahorros en dólares en un peso devaluado en cerca de un 50%.

 

Crisis revolucionaria en las alturas y vacío de poder
La ofensiva de masas no se detiene

Tras más de 10 días de acciones independientes que conmovieron al país, el régimen burgués está dislocado: vimos sucederse cinco presidentes en 10 días durante una descomunal crisis revolucionaria. No ha quedado una sola institución del régimen prestigiada, que no sea profundamente odiada por los trabajadores y el pueblo: los jueces de la Corte Suprema deben escaparse por los sótanos del palacio de los Tribunales; la Asamblea Legislativa pudo usurpar el triunfo obrero y popular y votar las leyes antiobreras de Duhalde, solo porque sesiona rodeada por miles de policías armados hasta los dientes y apelando a grupos de matones organizados por la policía y los barones del PJ. No solo De la Rúa y Cavallo temen por su seguridad: igual que sucedía con los militares luego de su caída en el 82, ni uno solo de los políticos de la UCR y el PJ que se arrogaron la representación del pueblo para expropiar su triunfo y designar dos presidentes en una semana, puede caminar libremente por las calles del país por el temor a la reacción obrera y popular. Las personalidades más encumbradas del antiguo gobierno, empezando por De la Rúa y Cavallo, viven en la clandestinidad protegidos por sus socios del PJ y la UCR.

Pero de todos estos logros, el más extraordinario es que los trabajadores rompieron el corsé de la burocracia sindical pero esta vez de forma generalizada y a nivel nacional, cuando en los períodos previos fue sectorial y/o local como en Mosconi y Tartagal, los obreros del pescado en Mar del Plata, los choferes de la UTA de Córdoba. Es la primera vez desde 1975 que los trabajadores pasan de manera generalizada por arriba del dique de contención de la burocracia sindical y de los sindicatos estatizados. Cuando lo hicieron en aquella oportunidad, la patronal y el imperialismo organizaron el golpe militar, que preservó a esos burócratas. Por esta sola razón, las acciones independientes que hoy dieron inicio a esta revolución son continuación, con otras formas y otras características, de otras grandes gestas del movimiento obrero, como las de los ‘70. La espontaneidad de las masas pasando por encima de las direcciones traidoras, fue un millón de veces superior a las luchas controladas por la burocracia sindical y los aparatos reformistas.

El gobierno de Duhalde no es más que un intento, el último y desesperado, por salvar la ropa del viejo régimen del Pacto de Olivos sostenido por los partidos patronales odiados por las masas. Es la respuesta de la gran patronal exportadora nacional y extranjera, la misma que creó el inmenso negociado de la deuda externa, la que auspició y sostuvo a la dictadura militar, por lograr una nueva ubicación en el mercado mundial, en desmedro de las fracciones burguesas que más ganaron y del imperialismo europeo, de abrir sobre la base de un aumento de la plusvalía arrancada al movimiento obrero y de una devaluación, un nuevo ciclo que asegure el pago de la deuda externa al imperialismo yanqui.

 

La situación del movimiento obrero y de masas es de rebelión e insubordinación

La burguesía cerró momentáneamente la crisis por arriba, pero por abajo la revolución sigue viva. Las jornadas que dieron inicio a la revolución, aun hoy siguen abiertas. Todo sector que se siente atacado, sale a luchar. El estado de las masas es pre-insurreccional. La confianza de los trabajadores en sí mismos no ha hecho más que fortalecerse. La revolución que empezó, vive en esta conciencia que se conquistó. Con razón, la patronal y el imperialismo están temerosos. Saben que deben lanzar un furibundo ataque contra estas masas que se sienten triunfantes. Esta es la nueva relación de fuerzas conquistada.

Al momento de escribir estas líneas, hay multitud de luchas por el cobro de salarios y contra los despidos, como la de los trabajadores del Hospital Italiano, la de los obreros de Emfer tomando las boleterías de la estación de trenes, el levantamiento del pueblo de Pilar contra su intendente, las acciones que en las distintas ciudades del país, como en Mendoza y en La Plata, se producen a veces separadas por cuadras y minutos de diferencia entre ellas, los cortes de calle al menor conflicto, los actos de protesta espontáneos por parte de los pequeños ahorristas estafados, la indignación y la guerra callejera contra la policía por el asesinato de los tres pibes en Floresta. Demuestran que la chispa puede saltar en cualquier momento.

Este es el segundo más grande logro de la revolución que se inició: los trabajadores han adquirido la conciencia de que a los gobiernos se los tira con las luchas en las calles. El otro es la debilidad en que dejó a los poderosos, a la patronal esclavista, a los banqueros, a los monopolios imperialistas, a los dueños de las empresas privatizadas, que se pelean entre ellos. Los príncipes que expropiaron el triunfo del pueblo una vez que este tiró al rey, solo pueden apelar al blindaje de su régimen, como lo muestra el parlamento rodeado permanentemente de cientos de policías. Solo la traición de la burocracia sindical impide que nuevas acciones unificadas de la clase obrera y sus aliados tiren a este gobierno ilegítimo y terminen de hacer saltar por el aire al régimen patronal y profundice la revolución. ¡Esta es la tarea pendiente!

La revolución argentina se haya ante una encrucijada de la misma naturaleza de la que planteara Trotsky en los ‘30: “Después de la guerra, se produjeron una serie de revoluciones, que significaron brillantes victorias: en Rusia, en Alemania, en Austria-Hungría, más tarde, en España. Pero fue solo en Rusia donde el proletariado tomó plenamente el poder en sus manos, expropió a sus explotadores y, gracias a ellos, supo cómo crear y mantener un Estado Obrero. En todos los otros casos, el proletariado a pesar de la victoria se detuvo por causa de su dirección, a mitad de camino. El resultado de esto fue que el poder escapó de sus manos y, desplazándose de izquierda a derecha, terminó siendo el botín del fascismo.” (León Trotsky, ¿Adónde va Francia?).

Por delante de la revolución que se ha iniciado quedan nuevas jornadas revolucionarias o nuevos golpes de la contrarrevolución. ¿Podrán estos últimos detener las enormes fuerzas desatadas por la revolución? Todo depende de la dirección que logre madurar al calor de los combates nacionales e internacionales.
La clase obrera, las masas explotadas, la clase media pauperizada, sin organismos que las centralizaran, con una gran espontaneidad y sin una dirección revolucionaria, en el medio de un crac económico, abrieron la crisis, pero no tomaron el poder como estaba planteado. Se inicia una etapa revolucionaria que solo podrá ser cerrada con acciones contrarrevolucionarias del mismo tenor que las que la abrieron, o profundizada por un nuevo embate revolucionario de las masas.

 

Nombrado por los gobernadores peronistas y los representantes de la gran patronal, llega Duhalde al gobierno en un intento de cerrar la crisis revolucionaria

Con la entronización de Duhalde, lo que se consumó en la Asamblea Legislativa es una nueva usurpación a cargo de los expropiadores, estafadores y saqueadores del pueblo. Con la diferencia de que en lugar de un gobierno que coqueteaba con la clase obrera y fue a pedir el apoyo de la CGT, como fue el de Rodríguez Saá una semana antes, en el mismo Parlamento que le dio los “súper-poderes” a Cavallo se impuso un gobierno que es el último intento por mantener el régimen del Pacto de Olivos de los partidos patronales contra los que se levantaron los trabajadores y el pueblo, de los Menem, los Duhalde, los Alfonsín.
La asunción de Duhalde fue producto de un acuerdo bonapartista a espaldas del pueblo, pactado en reuniones secretas iguales a las que le dieron la reelección a Menem.
De eso se trató el Pacto de Olivos entre Alfonsín y Menem que adelantó en el año ‘89, en un país incendiado con levantamientos del hambre y decenas de muertos, el pase del poder de la UCR al Partido Justicialista. Fue un pacto que consolidó reformas aún más reaccionarias a la Constitución de 1853, que fueron avaladas por todos los partidos patronales.
El Pacto de Olivos aseguraba la alternancia de los partidos burgueses y la cogobernabilidad en el Parlamento y por fuera de él. De allí el alto nivel de conciencia y de comprensión de su lucha por parte de las masas, al apuntar con claridad a su enemigo: a todos los partidos que ayer con Alfonsín, luego con Menem y más tarde con De la Rúa, cogobernaban en Argentina para atacar a todos los sectores de la clase obrera y los explotados para someter la nación al imperialismo.

El gobierno de Duhalde venía a intentar estabilizar el régimen de dominio, adelantando la alternativa con la UCR en desbandada y sostenido por los gobernadores peronistas. Pero esta vez, su antecesor no le pudo entregar la banda presidencial, puesto que las masas lo habían obligado a huir en helicóptero de la Casa Rosada.

El de Duhalde fue el último intento para intentar estabilizar al régimen de dominio. Asumió, como todo gobierno antiobrero, con la “santificación” de la Iglesia, que rápidamente comenzó a pregonar la “paz” y la “unidad entre los argentinos”.
El enorme vacío de poder intentaba ser retomado por la burguesía y sus políticos. La crisis de dirección de las masas les impidió a estas aprovechar hasta el final esta crisis revolucionaria. Esto fue por la traición de sus direcciones. El poder estaba al alcance de las manos. Pero en el período previo, pese a mil y un intentos de la vanguardia revolucionaria, había fracasado la puesta en pie de un verdadero partido revolucionario insurreccionalista, apto para estar a la altura de estos agudos acontecimientos.

Encubierto por los gobernadores y por falsas promesas a las clases medias de devolución de sus dólares, apoyado a por un ala estalinista de la naciente burocracia piquetera y la burocracia sindical, entonces asumió Duhalde la presidencia, apoyado por el sector de la patronal exportadora, devenida en abiertamente devaluacionista. Fue un agente directo de la misma fracción patronal encabezada por Acindar, Fortabat, Techint, etc., la misma que organizó y dio sus principales hombres como Martínez de Hoz a la dictadura genocida en el ’76, en un plan perfectamente adecuado a los intereses del imperialismo yanqui y en detrimento del imperialismo europeo.

 

“El que depositó dólares, recibirá dólares”: el cinismo infame de un representante de los grandes banqueros y el imperialismo
Terminado su discurso, Duhalde devaluó un 50% el peso y mandó a la miseria al 80% del pueblo argentino. Ni Cavallo se había animado a tanto

Este gobierno, detrás de frases como la “defensa del trabajo” y la “defensa de lo nacional”, viene a tratar de imponer el plan mandado por el imperialismo yanqui, por Bush y el secretario del Tesoro yanqui, O’Neil. En primer lugar, devaluando el peso en un 40-50% para robarles de un saque casi la mitad del salario a los trabajadores, imponiendo de hecho un salario medio de 200 dólares que le permita a la burguesía recomponer la tasa de ganancia. Sus modelos son Chile o Brasil, con un dólar “flotante” y salarios de miseria.
Si alguien me asegura que la inflación no pasa del 10%, lo firmo ya”, declaró nada menos que el segundo del nuevo ministro de economía, Lamberto. “Si no, va a ser el infierno”, completó dando una idea de la poca confianza en sí mismos que recorre a los funcionarios del nuevo gobierno. El propio Duhalde opina: “si esto sale mal, elecciones a 90 días”. Lo que impera no es la confianza sino el cinismo. ¿Control de precios?: la remarcación es imparable a pesar de las frases de este gobierno, porque los productos que componen la canasta familiar son a la vez los bienes exportables -o sus derivados- cuyos precios se fijan internacionalmente, o sea en dólares, por los grandes consorcios de los granos como Cargill, Monsanto, Molinos, etc. Para la clase media expropiada solo existe la indefinida “promesa” de que se “estudiará” devolverle sus ahorros recién luego de un año o dos. Por el contrario, según Clarín (6/1/02), “en lo inmediato las empresas en convocatoria de acreedores licuarían sus deudas”.
El plan de Duhalde beneficia, en primer lugar, a los bancos -en su mayoría extranjeros- a los que se les asegura su estabilidad y rentabilidad por medio del robo de los depósitos para cubrir los 150 mil millones de dólares que fugaron al exterior y con una retención aplicada a las exportaciones de petróleo y con un nuevo endeudamiento, por lo que el resultado de todo será un aumento descomunal de la deuda externa.
En segundo lugar, a la burguesía exportadora nacional e imperialista -productora mayormente de granos y oleaginosas, y de bienes intermedios como el acero y derivados- la que se adelantó a adecuar los precios -fijados internacionalmente- al nuevo valor del dólar aún antes de que este se anunciara oficialmente.
En tercer lugar, con una nueva tajada de plusvalía extraída a los trabajadores, más el aumento de las exportaciones producto de la devaluación, que apuesta a que ingresen al país los dólares, se garantiza pagar la deuda externa. al FMI, que se cobra la deuda en dólares, la devaluación no lo afecta en lo más mínimo, sino que es la única alternativa de cobrar, y a cambio habla de “ayudar” con 15 o 18 mil millones de préstamos que nunca llegarán al país y que actuarían como una “garantía” para sostener el nuevo plan. Además, con la devaluación y la reprogramación de los pagos de la deuda que impulsa el mismo O’Neill, revalorizarán los bonos de la deuda argentina y de esa manera benefician a los pequeños tenedores norteamericanos que habían quedado por fuera de los megacanjes anteriores con los que Cavallo entregó gran parte de las reservas. Esa es la razón del aumento de la bolsa y de la caída abrupta del “riesgo país”.
Para la clase obrera, la verdadera protagonista de la revolución que se ha iniciado, la que puso el cuerpo y los muertos para tirar abajo a De la Rúa, este gobierno antiobrero solo tiene como plan un brutal robo al salario con la devaluación y la inflación. Y si se les ocurre a los trabajadores salir a pelear, le preparan leña. Con las fuerzas de represión como la policía y la Gendarmería no hacen más que azuzar el odio obrero y popular, mientras hacen el aguante a que se prepare la casta de oficiales, están dispuestos a lanzar a la calle a las bandas paraestatales de matones a sueldo que han comenzado a poner en pie Duhalde y Alfonsín.

 

Como no podía ser de otra manera, el gobierno pone en pie bandas de matones a sueldo para atacar a lo mejor de la vanguardia revolucionaria

El gobierno y el régimen apelan a una guardia pretoriana de matones armados de cachiporras a sueldo de los miles de funcionarios de los partidos patronales, espías policiales y matones sindicales, la misma combinación de la que surgió la Triple A en el ‘74.
El brutal ataque y provocación a la izquierda en las afueras del Congreso y el ataque a los desocupados en Lomas de Zamora, las bravuconadas de los matones en la Plaza de Mayo cuando la asunción de Duhalde, son solo un pequeño botón de muestra de lo que preparan contra la clase obrera. Estas bandas paraestatales serán las bases de las futuras bandas fascistas. Por eso no puede demorarse ni un minuto el levantar los piquetes de autodefensa en cada lucha obrera y popular. Contra los charlatanes que no ven la revolución cuando sucede delante de sus ojos, la medida de esta es la magnitud de la respuesta contrarrevolucionaria que preparan la burguesía y el imperialismo.
Pero ¡cuidado!, le dice a Duhalde con perspicacia el diario La Nación: “El caudillo bonaerense que tomó el poder está en condiciones de movilizar a su gente en actos de simpatía hacia él. Pero ese eventual diálogo popular entre multitudes enfrentadas sería un remedio peor que la enfermedad”. Al viejo diario gorila, que desde sus páginas clamaba, como una vieja gorda de Barrio Norte, por que se lo echara a Rodríguez Saá, espantado por su visita a la CGT en mangas de camisa, no se le escapa que la leña está más que seca: está que arde, y que este gobierno tendrá muchos votos en el Parlamento defendido por la policía y el aval de Washington, pero base social todavía ninguna.
El débil gobierno de Duhalde, aparentó la solidez que le daba el hecho de que los trabajadores fueran sacados momentáneamente de la escena. Pero no bien anunciada la ley “de emergencia”, los trabajadores están otra vez en la escena, insubordinados, aunque descoordinadamente, con centenares de luchas, aún antes de que el ataque abierto comience. Por eso, Duhalde cada vez más tiende a parecerse a su antecesor Rodríguez Saá, a lo que verdaderamente es: un gobierno débil, montado sobre una revolución, deformada, inconclusa, pero revolución al fin.

Pero la burguesía y la patronal no ponen todas sus cartas en la mesa. La burguesía es una clase de una gran perspicacia, que le viene de que defiende su propiedad desde hace cientos de años. A pesar que dicen que “queman las naves”, se refieren solo al Pacto de Olivos. Le quedan otras cartas, como desembarazarse del viejo régimen, si este intento fracasa por la intervención de las masas obreras y populares: volver al coqueteo con el movimiento obrero y de masas con la subida de un nuevo gobierno de frente popular como el de Rodríguez Saá que desorganice sus fuerzas, acompañado de un operativo “Mani Pulite”, o sea una lavada de cara de las instituciones -el plan de Elisa Carrió para salvar al régimen patronal- intentando apoyarse en las clases medias. Mientras tiran agua, esperarán el momento en el que el Consejo en Defensa de la Democracia abra la llave para la intervención de la casta de oficiales, para dar los golpes contrarrevolucionarios que derroten de una vez a la revolución que empezó.
Por eso es de vida o muerte que la clase obrera se ponga de pie, que levante un verdadero programa independiente para ganar en la calle a sus aliados de las clases medias, y eso solo puede hacerlo levantando sus propios organismos de lucha: decenas de miles de comités de lucha, sus piquetes y comités de autodefensa, en cada fábrica, en cada localidad, en cada barrio, y un gran Congreso Nacional de trabajadores ocupados y desocupados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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